viernes, 14 de junio de 2013

LOS JUECES Y LA MONARQUÍA



LOS JUECES

Moisés murió poco antes de llegar  a la Tierra Prometida y le sucedió el joven  Josué. Con la ayuda de Dios, los israelitas conquistaron la ciudad de Jericó, cuyas murallas se derrumbaron milagrosamente (Jos 6). Después, los Israelitas fueron ocupando poco a poco todo aquel territorio que se repartieron entre las  doce tribus de los descendientes de Jacob. A cada tribu le correspondió una parte del país y se organizó a su manera, de modo que los Israelitas no formaron una nación con un único gobernante.
Dios, fiel a su palabra del Sinaí. Intervenía  a favor del pueblo haciendo surgir hombres o mujeres capaces de agrupar los esfuerzos de las tribus para hacer frente a sus enemigos. A esos personajes la Biblia les llama jueces.
Los jueces más destacados son: Ehud, que se enfrentó a los moabitas; Débora, una mujer que lucho contra los cananeos; Gedeón, que venció a los madianitas con un ejército de sólo 300 hombres; Jefte y Sansón, famoso por su fuerza descomunal que vencieron a los filisteos.
Cuando el último juez Samuel era muy anciano los israelitas pensaron que a su muerte podía venir de nuevo la división de las tribus y pidieron a Samuel tener un rey. Samuel pidió a Dios que le comunicara su voluntad y el Señor le dijo: Escúchalos y pon sobre ellos un rey (1Sam. 8, 22). Así, hacia el año 1000 a. C., iba a iniciarse la época de los reyes de Israel.

LA MONARQUÍA

     LOS DOS PRIMEROS REYES: SAÚL Y DAVID

Al final de la época de los jueces el pueblo pidió con insistencia tener un rey como las otras naciones vecinas, para vencer definitivamente a los filisteos, su enemigo más poderoso. Dios lo acepto, y el profeta Samuel ungió a Saúl para que fuera el primer rey de Israel. Durante los primeros años de su reinado Saúl fue fiel a Dios, pero después se volvió codicioso y mentiroso y Dios le retiro su confianza.
Al morir Saúl, el pueblo de Israel necesitaba un nuevo rey fuerte para la guerra y de corazón noble y recto para obedecer los mandatos del Señor. Como David había sido ungido por Samuel, ancianos de todas las tribus fueron a buscar a David y le coronaron rey de todo Israel.

David es figura de Jesucristo, Rey y Mesías nacido también en Belén. A Jesucristo le llaman los evangelios “hijo de David” por ser descendiente suyo.



     DAVID AMABA A DIOS

David compuso numerosos himnos y canticos a Yahvé, llamados salmos, para promover y dar esplendor al culto divino, rey piadoso quiso construir un  templo para Yahvé. Sin embargo, Dios le dijo que no sería él, sino su hijo, quien le construiría el templo.

Dios hizo a David una promesa trascendental: Suscitaré después de ti un descendiente tuyo, salido de tus entrañas, y consolidaré su realeza; su reino durará para siempre. Yo seré para él un Padre y él será  para mí un Hijo (2Sam.7, 12 -14). Ese descendiente es Jesucristo, que es Hijo de Dios y, a la vez, descendiente de David, como le anuncio el ángel a la Virgen María (Lc. 1, 32 -33).

Dios amaba a David, pero este se apartó de Dios enviando a la muerte a uno de sus más fieles generales, Urías, para casarse con su mujer, Betsabé (2Sam. 11 y 12). David se arrepintió profundamente de su pecado, de lo cual es  muestra el salmo 50, compuesto por él.

                              SALMO 50
Ten misericordia de mí, Señor, por tu piedad,
Por tu inmensa compasión, borra mi culpa:
Lava del  todo mi maldad, limpia mi pecado.
Reconozco mi culpa, tengo siempre delante mi pecado;
Contra ti, contra ti sólo pequé, hice lo que tú detestas.
Eres justo en tus juicios y en tus sentencias.
Mira que nací culpable, pecador me concibió mi madre….
Crea en mí, oh Dios, un corazón puro,
Renueva dentro de mí un espíritu firme;
No me arrojes de tu presencia,
Y no retires de mí tu santo espíritu.

     El REINADO DE SALOMÓN

Siendo ya muy anciano, David instruyó a su hijo Salomón diciéndole: sé fiel al señor tu Dios marchando por sus caminos, guardando sus mandamientos, sus leyes y sus preceptos como están escritos en la ley de Moisés (1 Re. 2, 3).
El reinado de Salomón fue un periodo de paz y de prosperidad para el pueblo de Israel. Durante su reinado Salomón realizo grandes obras, especialmente un hermoso palacio y el famoso Templo de Jerusalén dedicado a Dios.
El templo de Jerusalén será, a partir de entonces, el centro religioso de Israel, signo de la presencia de Dios entre su pueblo. Es allí donde los sacerdotes ofrecían sobre el altar sacrificios de animales: era el reconocimiento de la soberanía de Dios, de quien son todas las cosas, y un modo de pedir perdón por los pecados y por las culpas de todo el pueblo. Era Sacrificios  perfectos, signos de sacrificio definitivo que ofrecería Jesucristo.

Sin embargo, el poder y las suntuosas riquezas acabaron por enfriar el amor de Dios en el corazón de Salomón.
Contrajo varios matrimonios con mujeres extranjeras que adoraban dioses falsos y, en sus últimos años por influjo de sus mujeres, cayó en la idolatría adorando a esos simulacros de divinidad. Entonces  Dios se enojó terriblemente con él y le dijo: Puesto que has obrado así y has roto mi Alianza y las leyes que yo te había dado, yo romperé sobre ti tu reino (1 Re.  11, 9- 11).

LA DIVISION DEL REINO

El resultado de la infidelidad a Dios causada por la idolatría  fue la división del reino después de la muerte de Salomón,  su hijo Roboám divide el reino,  hacia el año 930 a. C.:
·   Las diez tribus israelitas que ocupaban el Norte del país formaron el  reino de Israel, con capital en Samaria.
·  Las dos del Sur constituyeron el reino de Judá, cuya capital continuó siendo Jerusalén.

El reino de Israel o del Norte vivió en continuas luchas internas por el poder y también contra ejércitos enemigos. Pronto olvidaron al Dios de la Alianza y cayeron en la idolatría termina cuando el poderoso Imperio asirio lo conquisto y anexó en el año 721 a.C. El reinado de Judá mantuvo su independencia dos siglos más, hasta la invasión de Nabucodonosor.
Durante toda esta etapa Dios envió con frecuencia profetas: hombres elegidos por él para hablar en su nombre, que denunciaban públicamente los errores del pueblo y de sus reyes  la idolatría, la injusticia, la corrupción y anunciaban los castigos que se acercaban por no haber sido fieles a la Alianza.
Los profetas también hablaron de la futura venida del Mesías que liberaría definitivamente al pueblo de Israel. Los más destacados de esta época son Elías, Eliseo, Isaías y Jeremías.

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