LOS JUECES
Moisés murió poco antes de
llegar a la Tierra Prometida y le
sucedió el joven Josué. Con la ayuda de
Dios, los israelitas conquistaron la ciudad de Jericó, cuyas murallas se
derrumbaron milagrosamente (Jos 6). Después, los Israelitas fueron ocupando
poco a poco todo aquel territorio que se repartieron entre las doce
tribus de los descendientes de Jacob. A cada tribu le correspondió una
parte del país y se organizó a su manera, de modo que los Israelitas no
formaron una nación con un único gobernante.
Dios, fiel a su palabra del
Sinaí. Intervenía a favor del pueblo
haciendo surgir hombres o mujeres capaces de agrupar los esfuerzos de las
tribus para hacer frente a sus enemigos. A esos personajes la Biblia les llama jueces.
Los jueces más destacados son: Ehud, que se enfrentó a los moabitas; Débora, una mujer que lucho contra los
cananeos; Gedeón, que venció a los madianitas con un ejército de sólo 300
hombres; Jefte y Sansón, famoso por su fuerza descomunal
que vencieron a los filisteos.
Cuando el último juez Samuel era
muy anciano los israelitas pensaron que a su muerte podía venir de nuevo la
división de las tribus y pidieron a Samuel tener un rey. Samuel pidió a Dios
que le comunicara su voluntad y el Señor le dijo: Escúchalos y pon sobre ellos un rey (1Sam. 8, 22). Así, hacia el
año 1000 a. C., iba a iniciarse la época de los reyes de Israel.
LA MONARQUÍA
LOS
DOS PRIMEROS REYES: SAÚL Y DAVID
Al final de la
época de los jueces el pueblo pidió con insistencia tener un rey como las otras
naciones vecinas, para vencer definitivamente a los filisteos, su enemigo más
poderoso. Dios lo acepto, y el profeta Samuel ungió a Saúl para que fuera el
primer rey de Israel. Durante los primeros años de su reinado Saúl fue fiel a
Dios, pero después se volvió codicioso y mentiroso y Dios le retiro su
confianza.
Al morir Saúl,
el pueblo de Israel necesitaba un nuevo rey fuerte para la guerra y de corazón
noble y recto para obedecer los mandatos del Señor. Como David había sido
ungido por Samuel, ancianos de todas las tribus fueron a buscar a David y le
coronaron rey de todo Israel.
David es figura de Jesucristo, Rey y Mesías nacido también en Belén. A Jesucristo le
llaman los evangelios “hijo de David” por ser descendiente suyo.
DAVID
AMABA A DIOS
David compuso
numerosos himnos y canticos a Yahvé, llamados salmos, para promover y dar
esplendor al culto divino, rey piadoso quiso construir un templo para Yahvé. Sin embargo, Dios le dijo
que no sería él, sino su hijo, quien le construiría el templo.
Dios hizo a David una promesa trascendental:
Suscitaré después de ti un descendiente
tuyo, salido de tus entrañas, y consolidaré su realeza; su reino durará para siempre.
Yo seré para él un Padre y él será para
mí un Hijo (2Sam.7, 12 -14). Ese descendiente es Jesucristo, que es Hijo de
Dios y, a la vez, descendiente de David, como le anuncio el ángel a la Virgen
María (Lc. 1, 32 -33).
Dios amaba a
David, pero este se apartó de Dios enviando a la muerte a uno de sus más fieles
generales, Urías, para casarse con su mujer, Betsabé (2Sam. 11 y 12). David se arrepintió profundamente de su
pecado, de lo cual es muestra el
salmo 50, compuesto por él.
SALMO
50
Ten misericordia de mí, Señor, por tu
piedad,
Por tu inmensa compasión, borra mi culpa:
Lava del
todo mi maldad, limpia mi pecado.
Reconozco mi culpa, tengo siempre delante mi
pecado;
Contra ti, contra ti sólo pequé, hice lo que
tú detestas.
Eres justo en tus juicios y en tus
sentencias.
Mira que nací culpable, pecador me concibió
mi madre….
Crea en mí, oh Dios, un corazón puro,
Renueva dentro de mí un espíritu firme;
No me arrojes de tu presencia,
Y no retires de mí tu santo espíritu.
El
REINADO DE SALOMÓN
Siendo ya muy
anciano, David instruyó a su hijo Salomón
diciéndole: sé fiel al señor tu Dios
marchando por sus caminos, guardando sus mandamientos, sus leyes y sus
preceptos como están escritos en la ley de Moisés (1 Re. 2, 3).
El reinado de
Salomón fue un periodo de paz y de prosperidad para el pueblo de Israel.
Durante su reinado Salomón realizo grandes obras, especialmente un hermoso
palacio y el famoso Templo de Jerusalén dedicado
a Dios.
El templo de Jerusalén
será, a partir de entonces, el centro religioso de Israel, signo de la
presencia de Dios entre su pueblo. Es allí donde los sacerdotes ofrecían sobre
el altar sacrificios de animales: era el reconocimiento de la soberanía de
Dios, de quien son todas las cosas, y un modo de pedir perdón por los pecados y
por las culpas de todo el pueblo. Era Sacrificios
perfectos, signos de sacrificio
definitivo que ofrecería Jesucristo.
Sin embargo, el
poder y las suntuosas riquezas acabaron por enfriar el amor de Dios en el
corazón de Salomón.
Contrajo varios
matrimonios con mujeres extranjeras que adoraban dioses falsos y, en sus
últimos años por influjo de sus mujeres, cayó en la idolatría adorando a esos simulacros de divinidad. Entonces Dios se enojó terriblemente con él y le dijo:
Puesto que has obrado así y has roto mi
Alianza y las leyes que yo te había dado, yo romperé sobre ti tu reino (1 Re.
11, 9- 11).
LA DIVISION DEL REINO
El resultado de
la infidelidad a Dios causada por la idolatría
fue la división del reino después de la muerte de Salomón, su hijo Roboám divide el reino, hacia el año 930 a. C.:
· Las diez tribus israelitas que ocupaban el Norte del país formaron el reino
de Israel, con capital en Samaria.
· Las dos del Sur
constituyeron el reino de Judá, cuya
capital continuó siendo Jerusalén.
El reino de Israel o del Norte
vivió en continuas luchas internas por el poder y también contra ejércitos
enemigos. Pronto olvidaron al Dios de la Alianza y cayeron en la idolatría
termina cuando el poderoso Imperio
asirio lo conquisto y anexó en el año 721 a.C. El reinado de Judá mantuvo
su independencia dos siglos más, hasta la invasión de Nabucodonosor.
Durante toda esta etapa Dios
envió con frecuencia profetas: hombres
elegidos por él para hablar en su nombre, que denunciaban públicamente los
errores del pueblo y de sus reyes la
idolatría, la injusticia, la corrupción y anunciaban los castigos que se
acercaban por no haber sido fieles a la Alianza.
Los profetas también hablaron de
la futura venida del Mesías que
liberaría definitivamente al pueblo de Israel. Los más destacados de esta época
son Elías, Eliseo, Isaías y Jeremías.
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